La vida no deja de sorprenderte. Cuando menos te lo esperas, te cambia el paso.

Hace tan solo unos días un amigo se quejaba de haber pasado una semana preocupado preparando una reunión.

Se reunía con el que era el cliente más importante de su compañía. Formaba parte del grupo que llevaba su cuenta pero a pesar de llevar ya tiempo trabajando para él, nunca había tenido la oportunidad de conocerle personalmente.

En este ocasión y con motivo de la presentación de un gran proyecto de lanzamiento, quiso que en la reunión estuviera todo el equipo de cuentas y cada uno de los integrantes del grupo tenía que hacer una pequeña exposición de cual era su papel en el desarrollo del proyecto.

Después de haber preparado su parte a conciencia, haber pasado noches sin dormir y haber estado cerca del perder los nervios en más de un ocasión imaginando todas las carencias que todavía tenía y que no le iban a permitir estar a la altura, llego el día de la reunión y el resultado no tuvo nada que ver con lo que había esperado.

El cliente estuvo encantado con la presentación, apasionado por la idea y se deshizo en elogios hacia todos los miembros del equipo.

Profundizando un poco en cual fue el principio de su error, llegamos a descubrir de que toda su preocupación venía de haber juzgado a una persona por la imagen que esa persona mostraba al mundo.

Cuantas veces hemos caído en errores parecidos, prejuzgamos situaciones y experiencias por cosas tan nimias como la imagen que tenemos de alguien. Juzgar las primeras impresiones como las definitivas nos llevan muy a menudo a preocuparnos en demasía, despertando todos nuestros miedos que rápidamente nos recuerdan las mil razones por las que lo que hacemos nos va a salir mal.

Si esas situaciones las llevamos al absurdo, es posible que hasta prefiramos no intentar algo convencidos de cual sería el resultado en el caso de que nos atreviéramos ha hacerlo.

No tenemos ningún argumento real pero, muchos somos los que ante una situación similar, preferimos posicionarnos en la situación de debilidad y hacer, a partir de ella, un mundo.

Salir, de antemano como perdedores, no tiene ninguna ventaja para nosotros y sin embargo tiene todos los inconvenientes. La preocupación, los nervios y el miedo a fracasar no harán más que afianzar nuestro fracaso.

La próxima vez que te encuentres en una situación parecida, para un momento a pensar que es lo que te está generando la angustia que te bloquea. Si te das cuenta de que se está generando por algo tan absurdo como la altura de una persona, su forma de vestir, la manera de hablar o lo que tu crees que su imagen representa, respira hondo y da un paso adelante. Date la oportunidad de formar tu propio juicio dejando de lado arquetipos preconcebidos.