“El  puerto no se hace ningún buen navegante”  Anónimo

El post de este semana va sobre el cambio y me parece que, al igual que la frase del comienzo, cuando nos hablan del cambio no nos cuentan toda la verdad.  Es completamente cierto que en  el puerto, en la zona fácil y segura, no se hace ningún buen navegante, pero lo que no nos dice nadie es que en mar abierto, durante un tifón, posiblemente tampoco.

Nos han repetido hasta la saciedad que para evolucionar, crecer o cambiar, tenemos que abandonar el puerto conocido y curtirnos en mar abierto. Tenemos que abandonar nuestra zona de confort y abrazar lo incierto y desconocido.

No tenemos que pensar mucho para darnos cuenta de lo real que es esta afirmación, si bien, nuestro entusiasmo y deseo de evolucionar nos puede llevar al otro lado de la ecuación, donde la situación sea tan extrema que tampoco allí encontramos ningún beneficio.

La clave es encontrar el sitio justo, el punto de equilibrio entre el puerto y alta mar en tiempo de tormenta. Entre la zona de confort y la zona de pánico. Ese sitio justo es lo que llamamos zona de estiramiento. Es diferente para cada persona en particular pero, es justo ahí, donde hacemos que las cosas pasen.

Por ejemplo, si mi objetivo es ponerme en forma, mi zona de confort sería quedarme en el sofá de mi casa donde nada pasaría, mi zona de pánico podría ser correr 15 kilómetros diarios, algo literalmente imposible con mi forma física actual  y mi zona de estiramiento podría situarse en correr 5 minutos todos los días e ir aumentando el tiempo y la distancia según me vaya encontrando más segura.

Deberíamos tratar de evitar la zona de pánico siempre que fuera posible. Pasar de 0 a 100 sin un tiempo de aclimatación no es beneficioso para nadie. Hay veces que no hay otra manera y entonces tendremos que preparamos para luchar contra el mar y la tormenta pero, normalmente, la mayoría de los cambios de nuestra vida suceden en la zona de estiramiento. No es fácil, no resulta cómodo, pero no entramos en pánico y lo podemos manejar.

Desde este punto justo, podemos hacer la transición tan lenta o tan rápida como nos parezca oportuno, en esto no hay reglas. La única constante ineludible es que, si queremos cambiar algo de nuestra vida, no tendremos más remedio que ponernos en movimiento introduciendo variaciones en nuestro comportamiento que nos acerquen al fin que persigamos.

Esto es aplicable para cualquier cambio que queramos abordar, desde los muy básicos, hasta los más complejos y esto es otra cosa que algunas veces no nos paramos a considerar. Cuando pensamos que nos gustaría cambiar algo, no siempre somos conscientes de que sólo por desearlo, el cambio no sucede. Además del deseo, tenemos que incluir el trabajo, la voluntad y la motivación que hacen falta para alcanzarlo.

Igual que cuando hablábamos del éxito en el post anterior,  aquí tampoco hay atajos. Puedes marcarte los tiempos, hacerlo de manera gradual o de forma más abrupta, pero no te queda más remedio que dar los pasos necesarios para llegar.

Cambiar no es fácil y tampoco es rápido. No es suficiente tener ganas, o darte cuenta de que es necesario, o estar inspirado, o haber visto la luz. Es un trabajo que conlleva tiempo, esfuerzo y constancia además de grandes dosis de voluntad y motivación.