Uno de los hábitos más comunes y a la vez uno de los más perniciosos que muchos tenemos, en mayor o menor medida, es el de compararnos con los demás y evaluar nuestros resultados dependiendo de la nota que hayamos dado a los otros.
Muchas personas, demasiados diría yo, están en una competición constante, y casi siempre secreta, con amigos, colegas, parejas e incluso con los personajes ficticios de series y películas. En su cabeza está la constante evaluación de quién es el mejor, el más listo, el que tiene el mejor coche, el mejor trabajo, la mejor casa…
Estas comparaciones, podrían tener un efecto positivo si nos llevaran a esforzarnos más, pero eso pasa en contadas ocasiones. En la mayoría de los casos, a lo que nos llevan es a la envidia, la frustración y la queja.
No somos conscientes de que con esta actuación jugamos para perder. Ganar es imposible, ya que si hacemos de esto un hábito, siempre habrá a alguien, más alto, más guapo, más rico o con más éxito que nosotros.
Como todos los hábitos puede modificarse pero siempre con tiempo y esfuerzo. Si formas parte de este grupo y ya te has aburrido del estrés al que te sometes sin ninguna necesidad, estas son algunas cosas que te pueden ayudar.
El primer paso, es hacerte consciente de que actúas así. Reconocer que te evalúas en relación a los resultados que obtienen los demás, es el primer paso para evitar hacerlo.
Evita subir a la gente a un pedestal. No pretendas conocer la vida de nadie por lo que ves desde fuera. No pongas a nadie en un pedestal simplemente por lo que crees que ha conseguido.
Y sobre todo, cambia tu foco y en lugar de compararte con los demás compárate contigo mismo. Evalúa lo que has conseguido en relación a lo que tenías el año anterior o en relación a lo que te hayas acercado a tus objetivos.
Esta nueva perspectiva te aportará un sentimiento de confianza y gratitud hacia ti mismo, y te ayudará a reconocer lo lejos que has llegado
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